Un sábado en Matemale

7:07 Pat Casalà 0 Comments

¡Buenos días! Tras un relajante fin de semana en la montaña hoy me reincorporo al trabajo. Ufff, creo que me va a costar muchísimo recuperar el ritmo atacado de la oficina. Sigo con la calma de la naturaleza, imbuida por el silencio hipnótico que envuelve mi casa…
A veces las cosas no salen como una espera. Antes me desesperaba cuando así era, me frustraba y pensaba únicamente en la parte negativa, ahora empiezo a ver la luz. Si no consigo lo anhelado me quedo únicamente con lo bueno, sin perder esa inmensa sonrisa de felicidad.
Y es que la vida es más interesante que marcarse metas imposibles y conseguirlas. Se debe mirar siempre lo bonito del camino, la serenidad de avanzar hacia un lugar diferente al imaginado y no perder nunca la positividad.
El sábado fuimos ocho adultos y cinco niños a pasar el día a Matemale, un precioso lago bajo Les Angles. El lugar es idílico en esta época, con zonas preparadas para pic-nic y barbacoa, cantidad de deportes acuáticos preparados para los intrépidos y un montón de juegos para niños.
Por la mañana nos despertamos temprano. Irene sigue en su maravillosa estancia en Estados Unidos, con una familia que la trata con muchísimo amor. Álex estaba en Barcelona, tutelado por mis padres y con un montón de momentos intensos para su edad.
El día no era demasiado bonito, las nubes se empeñaban en tapar el sol, pero hacía muchísimo calor. Nos subimos al coche, compramos varias bandejas de carne, bebidas, snaks, pan… Y recogimos a nuestros amigos. Somos un grupo cohesionado, nos conocemos desde la universidad y solemos vernos una o dos veces al año.
Una vez en el lago aparcamos junto a las barbacoas. Mientras mi marido y uno de los chicos preparaban la brasa el resto nos fuimos a dar una vuelta cerca del agua. Caminamos, charlamos, acompañamos a los pequeños a visitar los caballos…
Al principio el viento nos agobió un poco, pero a medida que avanzaba la mañana el sol se ocupó de acompañarnos y la brisa quedó flojita, con una fresca sensación al acariciarnos.
Pasamos siete horas sin Internet, sin agobios, sin realidades. Comimos una bandeja inmensa de costillas de cordero, butifarra, panceta, pinchos… Preparé una ensalada, pan tostado con tomate y traje patatas chips. ¡Mmmmm!  
Por la tarde nos sentamos en un bar a la vera de la sombra, con vistas al lago y un café entre las manos, observando a los niños mientras se bañaban…
Al regresar a casa el 3G nos llenó el móvil de mensajes, pero ninguno me importó, ya no me siento agobiada ni triste ni frustrada. Hay que buscar la felicidad en cada pequeña cosa y ahora mismo es lo que hago.

¡Feliz día! J

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