DUO y la música

7:07 Pat Casalà 0 Comments

¡Buenos días! Empezamos una semana corta, con días festivos y una jornada laboral comprimida. Por suerte llevo el trabajo al día y no tengo necesidad de correr para terminarlo todo a tiempo.
El fin de semana lo he dedicado en exclusiva a la escritura de DUO, una novela que se perfila larga y con dos historias entrecruzadas que tienen una intensidad increíble. Me encanta el rumbo que toman mis letras, la manera en la que dirijo los hilos de los personajes, su manera de crecer con los acontecimientos…
Iris es una mujer dulce, serena, con un cuerpo normal, preocupaciones corrientes y un pasado triste. André es un hombre sensible, de esos que pocas veces te encuentras en tu camino, con una manera especial de vivir los momentos mágicos.
Ambos son músicos, por eso la novela se salpica de sinfonías que recogen las emociones del momento. A medida que avanzo busco referencias a piezas clásicas para sonorizar escenas concretas que escribo mientras escucho la pieza para inspirarme.
Os voy a poner unos trocitos, a ver qué os parecen…

«Se queda quieto frente al espejo, con la puerta cerrada a su espalda y la inseguridad de no saber qué  hacer a continuación. Inspira una gran bocanada  de aire y sigue los acordes con movimientos rítmicos del pie. 
—¿Te gusta? —Iris enseguida nota la sensibilidad del chico por la  música—.  Beethoven tardó  muchos  años  en  acabar esta sinfonía. La idea surgió en 1793, cuando leyó la Oda de la Alegría de Shiller, pero no fue hasta 1812 cuando empezó a escribirla. Se estrenó el siete de mayo de 1824».

«Camina hacia el iPod para apagarlo. André se friega las yemas de los dedos para calentarlas, las estira y las posa sobe las teclas. Toca un par de ellas para escuchar el sonido plácido de la música y cierra los ojos. Siempre le ha gustado que sea la melodía la que decida que él la toque y no al revés.
Siente que las primeras notas cobran fuerza en su interior, demostrándole que el momento, la luz y el encuentro fortuito con una mujer a la que le apasiona tanto la música como a él requieren una sinfonía alegre y con garra, con una tonalidad alta y un ritmo intenso.
Las Cuatro Estaciones de Vivaldi se escribieron para un violín —dice al iniciar la melodía—. Pero a mí me gusta darle vida en el piano.
Cuando se calla y se concentra en las notas siente en su interior cómo la composición cobra vida entre sus dedos. Cierra los ojos y siente cómo los cambios de ritmo le alejan de Nueva York para llevárselo a un mundo donde todo es posible».


«La música parece adecuarse al momento, como si la melodía agitada penetrara en las entrañas de cada uno de los presentes para amplificar su turbación. En el salón suena un nocturno de Chopin que André conoce a la perfección, era uno de sus preferidos en su época de concertista. Empieza con una frase simple que se repite ornamentada una y otra vez, consiguiendo aquella mezcla de tensión y melancolía que solo estas obras logran transmitir.
André acaricia suavemente el piano con la imaginación, se conoce las teclas de memoria y es capaz de reproducir hasta el último tempo. Sus dedos se mueven al son de la música, interpretando con una emoción desmedida cada compás. Sonríe con amargura al recordar que esa capacidad de penetrar en la pasión de los acordes era lo que más atraía a su público cuando era concertista».  


¡Me voy a trabajar! ¡Feliz día! J

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