Sin gasolina...

20:02 Pat Casalà 2 Comments


Hola, recién llegada de la montaña os pego el post que escribí el sábado por la mañana. La falta de Internet en Estavar me dificulta mucho su publicación...
¡Buenos días! Estoy sentada al sol en mi precioso jardín de Estavar, con el ordenador en el regazo y la ilusión de un relajante día de descanso por delante. Son apenas las nueve y veinte de la mañana, así que mi visita al exterior es con pijama de invierno y jersey de lana… ¡Hace más frío dentro de casa que fuera!
La construcción aquí es distinta a la que emplean en las ciudades, los muros son gruesos para aislar el edificio térmicamente. En invierno se agradece que la casa aguante el calor de la calefacción y de la chimenea, en verano es perfecto cuando hace más fresquito en el interior. Sin embargo este año es atípico, ayer por la noche los termómetros marcaban doce grados…
 El viaje desde Barcelona fue más inquieto de lo normal. No teníamos demasiada gasolina y, a pesar de que pasamos por cuatro gasolineras, ninguna estaba abierta. Llegamos a los pies de la Collada de Toses con el mínimo de combustible para pasarla. El calculador de quilómetros que podíamos recorrer con el depósito que quedaba nos decía que máximo cincuenta y seis quilómetros, ¡y faltaban cincuenta para la gasolinera de Puigcerdà!
Dudamos unos instantes, ¿debíamos arriesgarnos? Eran las once de la noche, la carretera de curvas es inhóspita a esas horas, hay recodos donde falta la luz y por donde nosotros atajamos (una ruta alternativa llamada la colladeta), la vía es estrecha, sin espacio donde esperar a una grúa.
Lo reconozco, me puse nerviosísima. Miraba constantemente a la pantalla del navegador para descubrir cómo el consumo previsto de gasolina bajaba en picado sin ton ni son. De repente pasó de cincuenta quilómetros a veinticuatro sin razón aparente. Mi marido rebajó la velocidad hasta cuarenta quilómetros hora, los cuatro coches que circulaban detrás nos agobiaban y el contador seguía bajando.
Dentro del coche los ánimos estaban encendidos. Los niños cantaban y decían tonterías para espantar la inquietud, mi marido y yo íbamos contando los minutos con el corazón en un puño.
Al fin llegamos a La Molina con el contador de quilómetros que faltaban para recorrer a cero, o con cuatro estrellitas que es prácticamente lo mismo. Una vez más decidimos arriesgarnos. Desde la estación de esquí hasta Puigcerdà es todo bajada, así que pusimos punto muerto y permitimos que la inercia de la bajada nos llevara.
Cada vez que pasábamos por uno de esos baches que ponen en las carreteras para frenar a los coches nos agobiábamos, porque era imprescindible tocar el freno y el acelerador después. Creo que nunca se me había hecho tan lago el camino…
Al fin llegamos al cruce de la carretera general que va hacia Puigcerdà. Suspiré, aunque la posibilidad de quedarme tirada todavía existía, como mínimo la zona era de mejor acceso para una grúa en caso de necesidad.
Seguimos aprovechando la bajada para avanzar hacia la última recta donde hay una gasolinera. Eran cerca de las doce de la noche. Yo murmuraba por dentro: «¡qué esté abierta!» Cuando la divisamos a escasos metros la vimos con luz, ¡no sabéis la ilusión que me hizo!
Repostamos y justo al pagar las luces de la gasolinera se apagaron para cerrar al público… ¡Toda una anécdota!
¡Feliz día! J

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2 comentarios:

  1. El espíritu de los indies de Barcelona estaba contigo, por eso no pasó nada. ¡Qué susto!Ya has visto la comida, fue estupenda.

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    1. Me hubiera encantado ir... Pero a veces es difícil compaginar las cosas. ¡A ver si vengo a la próxima! :-)

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