Reflexión

10:19 Pat Casalà 0 Comments


            Llevo tantos años soñando que me cuesta un mundo bajar del limbo en el que se han quedado enredados mis pensamientos y centrarme en la realidad. He trabajado con una fuerza inagotable gracias a esos sueños, he estudiado, he leído, he escrito, he reescrito, he pulido, he vuelto a pulir, he pensado, he creado,… ¡Y siempre con una ilusión inmensa!
            Ahora me cuesta más conectar con esa capacidad de ver las cosas con entusiasmo, le doy demasiadas vueltas a lo que extraigo de la situación en la que me encuentro y las preguntas amarillean con un timbre constante mi cerebro. Es como si navegara en un barco de vela a la merced del viento y hubiera perdido de vista la franja de tierra a la que me dirigía. Y la embarcación estuviera zozobrando a merced de las corrientes de aire que soplan en diversas direcciones, sin estabilizarse.
            La meta se ha desdibujado, igual que si tiráramos un pote de aguarrás contra el lienzo de un pintor y viéramos cómo la pintura se ha escurrido hacia el suelo formando manchas entrelazadas de diferentes tonalidades. El realismo del cuadro se habría perdido, pero entre las aguas coloradas del suelo seguiría morando la esencia de ese dibujo que minutos antes nuestra mirada había captado.
            Esta noche he reflexionado mucho. Quiero volver a encontrar el camino, redescubrir aquella intensa emoción que me embargaba cada vez que volvía a reiniciar la tarea con una esperanza inagotable. Y también ansío reconstruir la meta inalcanzable que me propuse de pequeña, alzarla ladrillo a ladrillo, cimentando cada uno de los pasos para que no vuelva a derruirse.
            Aunque lo primero que debo hacer es replantearme todo cuanto tengo en estos momentos, estudiar con aire crítico el pasado y el presente y redireccionar cada uno de los puntos que conforman el ahora. De manera que pueda cambiar los términos de mis quimeras para reconvertirlos en algo tangible y alcanzable.
            Desde luego ese nueve del que hablaba hace dos días me pesa, los límites que me había trazado de pequeña cada año se alejan más. Pero por suerte puede crear unos nuevos, puedo intentar vencer la desesperanza y llenarla de esperanza. ¡Todavía me queda mucho camino que andar! 
            De momento he empezado a analizar La Baraja con un aire muy crítico, en busca de aquellos pasajes que pueden mejorarse. La reacción de mi marido ante la descripción de mi agente fue demasiado gráfica como para pasarla por alto. Cuando le comenté que ella la encontraba una novela estresante, en la que no paran de pasar cosas y no existen pausas, él me dijo: “¡tú eres así!”. Y eso es cierto, yo soy así, me cuesta demasiado detenerme, quedarme quieta, permitir que mi mente se relaje. ¡Quizás por eso duermo tan poco!
            Así que mi primer reto, uno que ya apunté hace unos días, será corregir despacio, sin prisas. Voy a empezar por una lectura rápida, tomando notas de aquello que creo mejorable y de los datos que no se pueden perder. Luego me voy a enfrentar a cada uno de los capítulos por separado, con los ojos abiertos y el aire crítico soplando en mi mente. Y, finalmente, le daré dos vueltas más, en busca del equilibrio perfecto entre la acción y la serenidad.
            Mientras tanto seguiré leyendo algunos libros de esa larga lista que he guardado en la bandeja del despacho de mi casa, con una cruz en los cuatro que he ya leí en su momento. Los conté, ¡hay ochenta! ¡Si me los tuviera que leer todos antes de empezar a corregir cumpliría los cuarenta y cinco y todavía no habría empezado! Así que mantendré la lista en su sitio e iré tachando a medida que vaya encontrando el tiempo para ellos. Y mientras tanto volveré a intentar mejorar, aprender, corregir, pulir, estudiar, leer, releer, ¡y vuelta a empezar!

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